Josué 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7; Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32

En este domingo nos encontramos en el corazón de la Cuaresma. Algunos puntos para la reflexión de este cuarto domingo:

Camino, libertad, responsabilidad

La lectura del libro de Josué narra la llegada de los judíos a la tierra prometida por Dios, al ser liberados de Egipto, y peregrinar duramente por el desierto. El pueblo inaugura una nueva etapa acompañados por Dios alcanzando la libertad definitiva al celebrar la pascua.

La historia del pueblo hebreo es un fiel reflejo de nuestro caminar cristiano, porque experimentamos vivencias de todo tipo, que nos ayudan a crecer en todos los aspectos de la vida. Se nos revela un Dios cercano dispuesto a recibir una respuesta a su llamada de amor y generosidad. Y desde ahí podremos alcanzar la verdadera libertad como pueblo elegido.

Por eso nuestra misión es mantenernos firmes en el Señor y vivir nuestra libertad con responsabilidad: cuidando nuestra tierra, respetando a todas las personas, construyendo en definitiva un mundo más habitable para todos, más fraterno y fundamentado en la justicia. Ahora nos toca cultivar esta tierra que tenemos, como hizo el pueblo de Israel, ser agradecidos con lo recibido, para dar fruto y poder celebrar la pascua con Dios.

Perdón y Perdonar

Pasar de lo antiguo a lo nuevo es estar abierto a la misericordia de Dios, nos recuerda San Pablo. Transformar nuestra vida, y poner a Dios en nuestro corazón, y eliminando aquello con lo que uno no se siente satisfecho.

El anuncio de Pablo que comparte con su comunidad, es el mismo Cristo Jesús, el enviado de Dios para nuestra reconciliación. Desde esta perspectiva cambia nuestra vida, ya que en numerosas ocasiones nos consideramos limitados y frágiles, tropezando una y otra vez. Pero Jesús sale a nuestro encuentro de nuevo, para tendernos la mano, y ofrecernos un nuevo rumbo de vida. 

Se nos plantea un reto importante: acoger el perdón de Dios, y abrir cauces de reconciliación hacia los demás. Sobre todo en un mundo tan necesitado de valores, duro de corazón, donde queremos llevar razón en todo y nadie da su brazo a torcer, a veces enemistándonos y sacando lo peor de nosotros mismos. Nuestro sentido cristiano es amar de corazón, sanar heridas en personas y rostros concretos, dando la misma oportunidad que Dios nos ofrece siempre.

Padre que llama al encuentro

A esta conocida parábola del hijo prodigo, representativa de Jesús, podríamos darle un título más adecuado: parábola del Padre compasivo ante las actitudes de sus hijos, pues es él, el verdadero protagonista de la historia.

La parábola del Evangelio de Lucas se sitúa en el momento que Jesús y sus discípulos peregrinan hacia Jerusalén, periodo de enseñanzas del maestro. En este episodio la historia va dirigida a los escribas y fariseos, que murmuran contra Jesús, porque ‘acoge a pecadores y come con ellos’.

El Padre del relato es quien lleva las riendas de la trama, porque a pesar de la pérdida del hijo menor de toda identidad familiar, religiosa y cultural (al cuidar cerdos) sale a su encuentro. Este hijo reconoce que se ha equivocado y comienza un proceso que tiene por finalidad ponerse en camino, volver a casa, y pedir perdón a su padre. La respuesta del padre es la acogida, y ofrecer una gran fiesta en su honor.

Pero el padre también abandona la fiesta, para acudir al encuentro del hijo mayor que no quería participar del convite. La expresión de ‘ese hijo tuyo’ del hijo mayor resume su actitud de dureza, envidia, y sin ánimo de perdonar. El padre le recuerda que no es un desconocido, sino su propio hermano al que le une un fuerte vinculo.

En definitiva, el padre de la parábola se identifica con Dios, y Jesús nos muestra como es en realidad Dios. Es quien contempla con amor a sus hijos, a los perdidos, es quien se alegra cuando sus hijos retornan, es quien no guarda rencor, no tiene envidias, olvida incoherencias, y perdona de corazón. El mensaje es claro: transformar nuestro interior, ser comprensivos, aún cuando nosotros no somos capaces de perdonar.

La parábola en apariencia no tiene un desenlace cerrado, deja la incógnita si el hijo mayor participa en la fiesta en honor de su hermano o no. Al quedar el relato abierto, es posible que nos sugiera, si aceptamos a un Dios que se hace cercano ante nuestras inconsistencias.

Incluso podemos hacer un ejercicio al ponernos en la piel del hijo mayor, y decidir si entramos en la celebración de un hermano ‘que estaba muerto y ha vuelto a la vida’ o por el contrario lo rechazamos y permanecemos cerrados al amor de Dios. A veces no es cuestión de andar lejos o cerca, pues el hijo menor se alejó, recapacitó y volvió. En cambio el hijo mayor está junto al padre, pero en realidad está muy lejos de él.

La parábola es más actual de lo que nos puede parecer a simple vista, pues describe actitudes de creernos capaces de valernos por nosotros mismos, y sin aceptar frustraciones. Pero una vez, que reconocemos nuestros errores, encontramos a un Dios abierto al perdón y la acogida.

También es real, cuando somos personas excesivamente ceñidas a leyes y convenciones con el único propósito de tener todo atado y bajo control, y en ese afán de cumplir, seamos incapaces de mostrar empatía ante quien necesita comprensión y ayuda.

Por consiguiente el amor de Dios, que Jesús nos muestra, debe ser el pilar básico en nuestras relaciones humanas, así como en el itinerario de nuestra fe. Porque si no, corremos el riesgo de convertirnos en meros espectadores de nuestra vida, manejada por criterios y clichés externos, sin cuestionar nada, y convirtiendo la religión en algo rígido e inamovible, sin tener en cuenta situaciones concretas de personas que necesitan curar y sanar sus heridas.