1. Nadie sin conocer a Jesús puede recibir el Espíritu, nadie sin recibirlo puede confesar a Jesús.
2. El Espíritu nos hace reconocer a Cristo como potencia y vida, en el escándalo y la debilidad.
3. El Espíritu nos orienta a la liberación no «del» cuerpo, sino «en» el cuerpo, superando todo dualismo y espiritualismo.
4. El Espíritu nos orienta no a la ley, al poder ni al deseo; sino a la fe en el Cristo Pascual que nos justifica.
5. El Espíritu libera al ser humano de la angustia y de sus límites, lo abre a la extensión de la gloria de Dios.
6. El Espíritu no suprime la diferencia de naturaleza entre Dios y el ser humano, más bien nos hace reconocer su trascendencia y santidad, y nos revela su ser amoroso y dialogante.
7. El Espíritu nos impulsa a abandonar las obras de la carne y abrazar el fiel servicio en la vida cotidiana.
8. Los dones y frutos del Espíritu se orientan siempre hacia la comunidad (la Iglesia).
9. El Espíritu es Don: está más allá de nuestro valor y nuestros méritos.
10. El don supremo del Espíritu es el amor que tiene su medida y su meta en Cristo.
«La presencia del Espíritu siempre anima a los cambios, por eso Pentecostés conduce a la reflexión del ser y el hacer; dejando claro, que los cambios no tienen naturaleza periférica».
Mons. Luís Marín