“Su padre lo vio y se conmovió”.

Josué 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7; Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32

En este domingo nos encontramos en el corazón de la Cuaresma. Continuamos nuestro itinerario cristiano cuaresmal, y en esta 4ª etapa dominical, se nos propone detenernos por un momento de nuestras ocupaciones, y acoger de corazón una Palabra de vida que es liberadora.

La primera lectura pretende recordar un hecho bien determinado de la historia primitiva del pueblo de Israel cuando se celebró la Pascua, fiesta de la liberación, en Guilgal. Es la primera Pascua en la tierra prometida, para señalar que desde ahora se terminan los dones extraordinarios del desierto, como el maná, porque el pueblo no puede vivir exclusivamente de cosas extraordinarias, sino que tiene que vivir su fe en Dios, en Yahvé, desde la experiencia de cada día, de la lucha de cada día, del trabajo de cada día.

Es una fiesta de unidad, de alegría: Dios ha cumplido su promesa. Un día escuchó el lamento del pueblo y hoy el pueblo debe hacerle una fiesta porque es un Dios consecuente y de fiar. Y claramente, la confianza en Dios no puede alimentarse de cosas que estén fuera de lo normal, sino que debemos acostumbrarnos a ver la mano de Dios en todos los momentos de nuestra vida.

La segunda lectura pone como tema dominante la reconciliación a lo que Pablo dedica toda su vida apostólica, toda su pasión por Cristo. Eso es lo que él ha querido trasmitir a su comunidad frente a algunos adversarios que lo ponen en duda. El evangelio de Cristo, para Pablo, se centra precisamente en la reconciliación de todos los hombres con Dios; por ello da Cristo su vida y eso es lo que los cristianos celebramos en las Pascua, a la que nos prepara este tiempo de Cuaresma. La Pascua de Cristo abre, pues, una nueva era: la era de la reconciliación.

La pregunta es ¿cómo reconciliarse con Dios? Aceptando el mensaje de la salvación que Pablo está encargado de proclamar en el mundo. Este mensaje es el evangelio, y el evangelio está centrado en la muerte y resurrección de Jesús.

Respecto al evangelio, nos encontramos en su centro, que es la lectura determinante del Ciclo C del año litúrgico. En el corazón, porque Lc 15, siempre se ha considerado el centro de esta obra, más por lo que dice y enseña en su catequesis, que porque corresponda exactamente a ese momento de la narración sobre Jesús: Lc 15,11-32. Esta es una de las piezas maestra de la literatura narrativa del Nuevo Testamento, y una maravillosa historia de amor de padre frente a egoísmos y rencores de hijos.

Jesús, ante las acusaciones de los que le reprochan que le da oportunidades a los publicanos y pecadores, cosa que no entra en los cálculos de las tradiciones más exigentes del judaísmo, contesta con esta parábola para dejar bien claro que eso es lo que quiere Dios y eso es lo que hace Dios por medio de él.

El hijo mayor, en el fondo, no quiere que su padre sea padre, sino juez inmisericorde. Porque esto es lo importante de la parábola, por encima de cualquier otra cosa: que se ha organizado una fiesta por un hermano perdido, y no está dispuesto a participar en ella. Jesús está hablando de Dios y es la forma de contestarle a los escribas y fariseos que se escandalizan de dar oportunidades a los perdidos: el Dios que él trae es el de la parábola; el que viendo de lejos que su hijo vuelve, sale a su encuentro para hacerle menos penosa y más humana su conversión, su vuelta, su cambio de mentalidad y de rumbo.

Él, que siempre se ha quedado con el padre en la casa, tiene unos derechos legales que nadie le niega, pero le falta la capacidad del padre para tener la alegría de ver que su hermano ha vuelto. No tiene mentalidad de hijo, de hermano; es alguien que está centrado en sí mismo, sólo en él, en su mundo, en su salvación.

En nuestro proceso vital vamos teniendo numerosas vivencias que nos hacen transitar en la vida alcanzando objetivos y metas. Desde nuestro punto de vista cristiano, es primordial acercarnos a Dios, que nos ayuda para prepararnos interiormente y vivir una auténtica pascua de resurrección. Para poder experimentar la verdadera vida que Cristo nos propone, se nos invita a cambiar nuestras vidas a veces anodinas y rutinarias, para coger un impulso nuevo, y abrirnos a un Dios que ama y perdona sin límites.

Jesús de Nazaret es quien da sentido a nuestra vida de fe, porque él viene a cada instante, apostando por todos y cada uno de nosotros. El nos impulsa para transformar situaciones de dolor, enfrentamientos y discordias, en una vida renovada por el perdón y la fraternidad. Ese debe ser nuestro programa de vida cristiana, porque desde ahí seremos más creíbles y daremos un verdadero testimonio de fe.

Bendecido domingo de Cuaresma.