Ezequiel 17, 22-24; Sal 91, 2-3, 13-14, 15-16; 2 Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34
Este domingo tenemos una luminosa Palabra que se nos propone. Donde todo gira en torno al «trabajo apostólico generoso de sembrar la Palabra». La de Jesús el Señor. Él es el sembrador. No hay que olvidarlo.
El texto de Ezequiel debemos situarlo como una promesa de restauración después de la catástrofe. Todo el c. 17 tiene esa dimensión y se explica ante la calamidad del destierro de Babilonia que tiene sus etapas.
Y esa historia de ruina solamente la puede arreglar Dios, contando con un pueblo que se fíe de su palabra manifestada por los profetas verdaderos. Dios a partir de lo viejo y lo antiguo es capaz, de sacar algo nuevo y entonces lo viejo dejará su arrogancia, como el cedro altísimo. De un cogollo insignificante nacerá un cedro nuevo, en lo más alto de la montaña que no puede ser más Sión, Jerusalén.
Por su parte las reflexiones escatológicas de Pablo frente a su ministerio siguen siendo las claves de este texto de 2Cor. Se habla del encuentro con el Señor «post mortem», en el mismo momento de la muerte. Porque no vamos a la nada, porque Dios nos garantiza, pues, que hemos sido creados, hemos nacido, para la vida y no para la muerte.
La garantía para el cristiano es, sin duda, el Espíritu, que es un adelanto de todo lo que nos espera en la nueva vida, en la vida escatológica.
Las parábolas de Jesús son toda el instrumento para hablar del misterioso crecimiento del reino que anuncia. Que en este domingo nos exhortan que el reino está ya aquí, pero solo como una semilla que es confiadamente un final grandioso o apropiado. No son parábolas o comparaciones deslumbrantes, pero están llenas de sentido.
Si queremos ser útiles en el Reino de Dios, es su Palabra la que ha de ser sembrada y esperar pacientemente su crecimiento, desarrollo y fruto. Si la tierra es buena, y lo es. La semilla es mejor.
Por ello, toda manipulación del mensaje evangélico, nos destruye, no fructifica y no nos será útil, ni salvadores, no serán más que discursos sobre discursos que aturden y sepultan la claridad del mensaje de salvación. El Reino se siembra proponiendo, esperando y cuidando el mensaje. Respetando el mensaje y el destinatario.
De ahí que Ezequiel nos hable de la potencialidad interior que posee el humilde, capaz de transformar toda soberbia que fructifica injusticia e impiedad. Y la parábola del sembrador nos lleva a vivir siempre esperando. Pero, cuidando el proceso.
Cuidemos la tierra y la semilla. Seamos pacientes con los brotes. Esperemos los frutos. Y nunca desesperemos si no rinden al cien por cien. Cada uno tenemos nuestro tiempo y ritmo.
Dios les bendiga junto a todos los suyos.