¿Aún no tenéis fe?

La primera lectura de hoy nos habla de la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a veces, parecen desatarse y no hay nadie que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone al prueba al creyente que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias en el mundo.

Nuestra vida, está en las manos de Dios, aunque algunos quieran pedirle explicaciones de por qué ha ocurrido así. Pero ¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no encontrará otra respuesta que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos espera con las manos abiertas.

El texto de la segunda lectura de hoy sería la continuación del domingo XI. Es uno de los más bellos y persuasivos porque en él Pablo nos habla del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros. Efectivamente, los vv. 14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la muerte para nosotros ya ha sido asumido por Cristo, y que, desde entonces, no debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda la victoria de su resurrección.

El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.

¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios. Los discípulos son como Job, y no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede con su poder a la tormenta.

La perspectiva desde la que se ven las cosas determina dónde nos ubicamos como personas. Es evidente que cabe juzgar la realidad de manera desenfocada y es posible quedar atrapados en un bucle de desesperanza, sin horizonte. Job se equivocaba; el mismo Dios le sacó de su error para que no permaneciera en la mediocridad que conduce al abismo de la nada. San Pablo lo aprendió en su propio caminar: no hay opción alternativa; bueno, sí la hay, pero no era buena idea. Los discípulos lo aprendieron sobre la marcha: o con El, siempre y en toda circunstancia, o, de lo contrario, sólo queda una perenne zozobra.

Esto nos lleva a pensar en la hora de embarcarse en un proyecto de vida, en el que pueden presentarse ante nuestros ojos muchas posibilidades:

Podemos subirnos a la barca de la comodidad, toda llena de lujos y lisonjas. Suele ser una opción aparentemente libre de sobresaltos. Pero indiferente a la realidad y conformista. El hedonismo y el narcisismo que provoca suele ser un espejismo frustrante. Job estuvo a punto de subirse a ella, resignándose a quedarse como estaba, aceptando sus fracasos y miedos como la única posibilidad. Estaba decidido a quedarse en la mediocridad de las certezas inmediatas, por mucho que las heridas supuraran y la desesperanza fuera el horizonte. Es una opción facilona y que no exige demasiados planteamientos.

Podemos subir a la barca de lo mundano. Un camino que suele navegar en círculo, en torno a planteamientos personalistas o idealizados. Es una barca rutinaria, donde siempre se hace lo mismo. No es necesario pensar ni mirar lejos. Basta la inmediatez aparentemente exitosa y halagüeña, pero ciertamente errática, parece estable y no necesita esfuerzos. Te dejas llevar, aunque no sabes a donde ni para qué.

Cuando Job comprendió que la realidad no giraba en torno a él, sino que pertenecía a Otro gracias al cual él existía, su percepción cambió. Aprendió, como Don Quijote enseñó a Sancho Panza, que la felicidad se logra abriéndose a la confianza de vivir las cosas pequeñas de la vida desde la grandeza de saber que se es hombre, infinitamente amado, llamado a grandes gestas.

Pablo aprendió que cuando se adquiere la perspectiva debida, apremia el amor. Asimismo al subir a la barca donde está Jesucristo, no se consideran las cosas desde la mediocridad, ni desde la avaricia. Al subirse a la barca de Jesús, las conveniencias y los ensueños acomodaticios se desvanecen.

Ser discípulo de Jesús proporciona la plena conciencia de uno mismo y suscita la verdadera responsabilidad de no confiar en nosotros mismos, sino sólo en El. Jesús, aún dormido, es garantía de salvación. Basta su palabra, un simple gesto, para que el mar, que sigue siendo intimidante y amenazante, se calme y la barca, lejos de zozobrar, se mantenga firme en su rumbo. El discípulo aprende que el apremio del amor de Jesús es causa de esperanza, garantía de vida y seguridad.

Cuando los discípulos descubren que sólo en la barca con Jesús hay vida y salvación, no tienen miedo de echar las redes y extender las pasarelas, aunque el agua y el salitre salpiquen. Así facilitan que quienes hayan caído por la borda de la desesperanza o de la autocomplacencia, puedan ser atraídos a la barca donde no se valora a nadie por las apariencias, sino que, simplemente, sin cobardías, se le ama. Donde no son los ruidos del odio y la injusticia quienes gobiernan, sino el silencio del que, por amor, dio su vida para que todos la tengamos en abundancia.

Que este domingo la convicción en el Jesús que acompaña y es garantía de paz ocupe la reflexión de nuestra propia vida.

¡Dios bendiga su pueblo Santo!