Deuteronomio 30, 10-14; Sal 68, 14 y 17. 30-31. 33-34. 36ab y 37; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37
Este domingo, si buscamos un hilo conductor que una las temáticas de las tres lecturas de este domingo, sería el siguiente: la vocación cristiana implica necesariamente la conciencia clara de una misión. El proyecto de Dios (un plan de Amor) es la base de esta vocación y de la misión. Siguiendo el contenido de las treslecturas, podríamos resumir así: el Plan de Dios está contenido en la Ley (primera lectura) y Cristo representa la realización plena y definitiva de este plan (segunda lectura); Cumplir y obedecer la Ley (el plan de Amor) se expresa y se manifiesta en el encuentro con el prójimo (evangelio): haz tú lo mismo. Tal vez deberíamos cambiar el orden, y comenzar primero por la experiencia humana, para concluir que antes de la Ley hay un hombre, Jesús, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura, y que es el centro que da cohesión, sentido y unidad a todo.
La primera lectura está tomada de uno de los libros que más ha influido en la vida y en la teología del pueblo del Antiguo Testamento, el Deuteromonio (30,10-14). Fue un libro que se escribió para catequizar; la “leyenda” admite que en momentos determinados y de dificultades se escondió en el templo de Jerusalén y que apareció después de muchos años, lo que motivó una reforma religiosa en tiempo de rey Josías (cf 2Re 22,3-4ss), cuando vivía el profeta Jeremías.
Es decir, el texto del Deuteronomio, se abre con un mandato perentorio: “escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de la Ley”; expresión que suena del todo legalista, pero que al final, se subraya que este texto de ley hace referencia al corazón del hombre; como si el texto legal sufriera un proceso de interiorización; es decir, no es algo exterior impositivo, sino una palabra-invitación que interpela al ser humano desde dentro y le invita a dar una respuesta personal. Quien no se contenta con un árido registro del deber a la Ley, descubre la profundidad de una obediencia que nace de la exigencia y dinamismo del amor de Dios.
En esta exhortación de hoy se quiere poner de manifiesto que aquello que Dios quiere para su pueblo y para cada uno de nosotros es muy fácil de entender, con objeto de que se pueda llevar a la práctica. Lo que Dios quiere que hagamos no hay que ir a buscarlo más allá del cielo o a las profundidades del mar: lo bueno, lo hermoso, lo justo, es algo que debe estar en nuestro corazón, debe nacer de nosotros mismos. Y esa es la voluntad de Dios.
Dios no nos obliga a hacer cosas porque sí, porque Él sea Dios y nosotros criaturas, sino que pretende conducirnos con libertad para ser liberados de una inercia social y religiosa en la que hasta lo más hermoso se quiere determinar de una forma puntual.
La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la imagen de Dios, pero es criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace accesible por medio de Cristo. Y así, Él es el “primogénito de entre los muertos”, lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a Él, criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos dará la vida que Él tiene.
El evangelio del día: una de las narraciones más majestuosas de todo el Nuevo Testamento y del evangelio de Lucas. Una narración que solamente ha podido salir de los labios de Jesús, aunque Lucas la sitúe junto a ese diálogo con el escriba que pretende algo imposible. El escriba quiere asegurarse la vida eterna, la salvación, y quiere que Jesús le puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello. Quiere una respuesta “jurídica” que le complazca. Pero Jesús no suele entrar en esos diálogos imposibles e inhumanos.
Mi prójimo -piensa Jesús-, el inventor de la parábola, es quien me necesita; pero más aún, lo importante no es saber quién es mi prójimo, sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el samaritano, está describiendo a Dios mismo y a nadie más. Lo cuida, lo cura, lo lleva a la posada y la asegura un futuro.
Una religión que deja al hombre en su muerte, no es una religión verdadera (la del sacerdote y el levita); la religión verdadera es aquella que da vida, como hace el Dios-samaritano. Algunos Santos Padres hicieron una interpretación simbólica muy acertada: vieron en el “samaritano” al mismo Dios. Por tanto cuando Jesús cuenta esta historia o esta parábola, quiere hablar de Dios, de su Dios.
La parábola no solamente hablaba de una solidaridad humana, sino de la praxis del amor de Dios. Fue creada, sin duda, para hablar a los «escribas» de Israel del comportamiento heterodoxo de Dios, el cual no se pregunta a quién tiene que amar (como hace el escriba, nómikos del relato), sino que quiere salvar a todos y ofrecerles un futuro.
Los tres personajes son capaces de ver, pero no responden de la misma manera; la diferencia fundamental es la respuesta de quien ve con otros ojos, con lo ojos del plan de Dios, con los ojos de la compasión, de quien se identifica con el dolor del otro. Esta es una manera de mirar y ver el mundo que nos rodea y a las personas que lo conforman. Ocuparse de las cosas de Dios, sin caer en la cuenta de que lo que le interesa a Dios son “las cosas de los hombres” era la idea de estos dos buenos personajes, que en definitiva no descubren que la identidad de Dios se manifiesta en las entrañas de la misericordia.
Hay itinerarios religiosos que no contemplan ni toleran lo retrasos, las desviaciones; los deberes son más importantes que el corazón. Tal vez se trate de un plan, un poco diferente al plan de Dios. Pero, ¿se puede llegar a Dios pasando por encima del prójimo? ¿Se puede encontrar a Dios sin necesidad de encontrar al prójimo?
En definitiva, haz tú esto y tendrás vida, responde Jesús: amor y vida; quien no ama permanece en la muerte. Amar es dar vida; sólo el que ama vive plenamente; no hay cristiano sin amor al prójimo. Esta es la lección de fraternidad, la aventura radical de un amor incondicional, y sin fronteras, que hoy Jesús nos enseña en la parábola del Samaritano; si quieres cumplir la ley antera, ama.
¡Bendecido domingo!